Los hombres que cometen actos de violencia hacia las mujeres, no tienen un perfil psicopatológico definido. Pueden ser de distintas razas, creencias religiosas y status social. En la búsqueda de líneas en común entre la diversidad de cada agresor, existe un cuerpo de mitos y creencias que sí son comunes y que es importante detectar para no ser cómplices en su sostenimiento.
Para ello, comenzaremos por comprender qué entendemos por violencia de género, cuáles son las creencias las sostienen y para terminar, cuáles son los lineamientos generales que una psicoterapia debe tomar en cuenta a la hora de trabajar con esta problemática.

¿Qué se entiende por violencia de género?
La Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (Res. A. G. 48/104, ONU, 1994) la define como:
“Todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la vida privada”.
Esta violencia incluye “la violencia física, sexual y psicológica en la familia, incluidos los golpes, el abuso sexual de las niñas en el hogar, la violencia relacionada con la dote, la violación por el marido, la mutilación genital y otras prácticas tradicionales que atentan contra la mujer, la violencia ejercida por personas distintas del marido y la violencia relacionada con la explotación; la violencia física, sexual y psicológica al nivel de la comunidad en general, incluidas las violaciones, los abusos sexuales, el hostigamiento y la intimidación sexual en el trabajo, en instituciones educacionales y en otros ámbitos, el tráfico de mujeres y la prostitución forzada; y la violencia física, sexual y psicológica perpetrada o tolerada por el Estado, dondequiera que ocurra”.
Las formas más visibles de maltrato son los golpes y palizas continuadas y, por supuesto, los asesinatos. A modo de resumen podemos decir que los malos tratos físicos comprenden cualquier acto no accidental que provoque o pueda provocar daño en el cuerpo de las mujeres, incluyendo acciones tales como patear, morder, golpear con puños u objetos, dar palizas, emplear un arma, abofetear, empujar, arrojar objetos, estrangular, etc.
Pero la violencia de género incluye también malos tratos psíquicos (aquellos actos o conductas intencionadas que producen desvalorización o sufrimiento en las mujeres, incluyendo ridiculizaciones, humillaciones, amenazas verbales e insultos, aislamiento social y/o económico; celos, amenazas, destrucción o daño de propiedades personales, etc.) y malos tratos sexuales (imponer a la mujer un contacto o práctica sexual contra su voluntad), que, aunque no siempre tan fáciles de visibilizar como la agresión física, son igualmente dañinos para su bienestar. De hecho, los maltratos psíquicos o emocionales mantenidos en el tiempo socavan la autoestima de la mujer, produciendo daños, a veces irreparables, y que pueden llegar a conducir a otra forma de muerte violenta: el suicidio de la mujer, como consecuencia de todo el dolor acumulado.

Causas
¿Qué diferencias podemos encontrar entre el pensamiento de un maltratador y el de un hombre que no lo es? Las investigaciones llevadas a cabo parecen descartar que se trate del consumo de alcohol y de drogas como determinante directo de un acto violento. Por otra parte, el perfil es un amplio, no existe un perfil psicopatológico específico, sino más bien, un cuerpo de ideas subyacente: el pensamiento misógino, que es la creencia de que la mujer es un ser inferior y la idea que por el solo hecho de haber nacido hombre, tiene cierto de dominio o control sobre la mujer. En este contexto, la violencia es una herramienta de control para asegurar el sistema.

A este tipo de pensamiento debemos agregarle como letal combinación: el mandato patriarcal que incita a los hombres a convertir su hogar en un escenario donde quede claro desde el primer momento cuáles son las reglas del juego, quién manda y quién debe obedecer, y le legitima para el uso de la violencia si encuentra resistencia en sus planteamientos (“la maté porque era mía”). De manera que en muchas ocasiones las relaciones son más una cuestión de poder que de afectos.
Pero, cómo se puede digerir estos componentes de manera que no sea tan claro advertirlo? El envoltorio de esta bomba, tiene forma de “bombón”: el amor romántico. Se trata de una forma idealizada del amor que genera frustración y al fracaso afectivo por las falsas expectativas que produce.
Se trata de un tipo de afecto que, se presume, ha de ser para toda la vida (“te querré siempre”), exclusivo (“no podré amar a nadie más que a ti”, el mito de la media naranja), incondicional (“te querré por encima de todo”) y que implica un elevado grado de renuncia (“te quiero más que a mi vida”).
Pilar Sanpedro (2005) caracteriza el amor romántico de la siguiente manera: Algunos elementos son prototípicos: inicio súbito (amor a primera vista), sacrificio por el otro, pruebas de amor, fusión con el otro, olvido de la propia vida, expectativas mágicas, como la de encontrar un ser absolutamente complementario (la media naranja), vivir en una simbiosis que se establece cuando los individuos se comportan como si de verdad tuviesen necesidad uno del otro para respirar y moverse, formando así, entre ambos, un todo indisoluble.

  • Vamos a recordar algunas de las ideas que aparecen como más características de lo que el amor romántico implicaría para los miembros de la pareja, según resume Gabriela Ferreira (1995, pp. 179-180):
  • · Entrega total a la otra persona.
  • · Hacer de la otra persona lo único y fundamental de la existencia.
  • · Vivir experiencias muy intensas de felicidad o de sufrimiento
  • · Depender de la otra persona y adaptarse a ella, postergando lo propio.
  • · Perdonar y justificar todo en nombre del amor.
  • · Consagrarse al bienestar de la otra persona.
  • · Estar todo el tiempo con la otra persona.
  • · Pensar que es imposible volver a amar con esa intensidad.
  • · Sentir que nada vale tanto como esa relación.
  • · Desesperar ante la sola idea de que la persona amada se vaya.
  • · Pensar todo el tiempo en la otra persona, hasta el punto de no poder trabajar, estudiar, comer, dormir o prestar atención a otras personas menos importantes.
  • · Vivir sólo para el momento del encuentro.
  • · Prestar atención y vigilar cualquier señal de altibajos en el interés o el amor de la otra persona.
  • · Idealizar a la otra persona no aceptando que pueda tener algún defecto.
  • · Sentir que cualquier sacrificio es positivo si se hace por amor a la otra persona.
  • · Tener anhelos de ayudar y apoyar a la otra persona sin esperar reciprocidad ni gratitud.
  • · Obtener la más completa comunicación.
  • · Lograr la unión más íntima y definitiva.
  • · Hacer todo junto a la otra persona, compartirlo todo, tener los mismos gustos y apetencias.

Estas creencias se han gestado en la sociedad desde hace mucho siglos.
“…Era una época (la posterior a la segunda guerra mundial) en la que los padres que maltrataban a sus hijos eran llamados simplemente “severos”, en la que las heridas espirituales de las mujeres tremendamente explotadas se calificaban de “agotamientos nerviosos”, en la que las chicas y las mujeres bien fajadas, refrenadas y abozaladas se llamaban “buenas” y las hembras que conseguían quitarse el collar para disfrutar de uno o dos momentos de vida se tachaban de “malas”…(Pinkola, Clarisa: Mujeres que corren con lobos)
Nos encontramos con una cultura que se fue transmitiendo de generación en generación en las familias, las escuelas y las universidades. El concepto de la mujer buena, sumisa, obediente, “la reina de la casa” (total el rey está en de puertas para el mundo, en las decisiones importantes) perpetúa la autoridad masculina.
Es asi como se la mujer pierde la capacidad de reacción. El ejercicio del dominio hacia su pareja por parte del hombre misógino, puede observarse según Corsi y Peyru (2003) en:

  1. Generar culpa: a través de conductas permanentemente demandantes y de un uso constante de la atribución causal externa, mediante la cual nunca asumen su parte de responsabilidad.
  2. Generar confusión: a través de manipulaciones comunicacionales que ponen en duda las correctas percepciones de la mujer.
  3. Generar depresión: socavar la autoestima de la mujer.
  4. Generar vergüenza: a través de críticas, descalificaciones y humillaciones constantes, muchas veces en público.
  5. Generar temor: mediante amenazas directas o indirectas.
  6. Generar sometimiento: mediante la manipulación de los tiempos, los espacios, el cuerpo y la conducta de la mujer.

Resulta así muy difícil poder salir sin ayuda de la parálisis que provoca la implementación de todas estas estrategias de dominio.
Frente a la fuerza de estas creencias misóginas y el poder patriarcal, un concepto complejo y alternativo fue gestándose: el empoderamiento. Se trata de un término acuñado en la Conferencia Mundial de las mujeres en Beijing (1995)para referirse al aumento de toma de conciencia y de participación por parte delas mujeres en la toma de decisiones y acceso al poder.
El empoderamiento implica un desafío al poder en las dinámicas familiares y sociales. Lleva aparejado un “desempoderamiento” de los hombres, para pasar a compartir el poder a nivel familiar y social, terminando con los estereotipos de género.
Una intervención psicoterapéutica, no puede estar exenta de un análisis crítico de la sociedad en que se desarrolla el fenómeno de violencia de genero.
Deberá tener en cuenta ademas trabajar sobre propuestas como las siguientes (Janet Hyde 1995)
· El matrimonio no es un objetivo mejor para la mujer que para el hombre.
· Las mujeres han de ser tan autónomas como los hombres y ellos tan cariñosos y expresivos como las mujeres.
· Negatividad de las conductas prescritas por razón de género.
· Necesidad de incluir un análisis de las relaciones de poder.
· Importancia del ambiente o factores sociales sin que ello suponga eludir la propia responsabilidad individual.
· Promover la autonomía psicológica y económica de las mujeres.
· Relaciones igualitarias entre terapeuta y clienta

El camino hacia la autodependencia
Las intervenciones desde lo social y psíquico ayudarán a las mujeres a romper con el vínculo de adherencia al que está sometida. Estas intervenciones girarán alrededor de ciertos tópicos como:
· Aceptar el fracaso que significa haberse enamorado de una persona que le hace daño, poder darse cuenta que el hombre tiene enfrente no es del que se enamoró “al inicio” de la relación.
· Darse cuenta que siempre existe una forma de independencia, que la creencia de depender económicamente es una barrera construida para seguir sometida.
· Aprender a no dejarse manipular por amenazas de matarse o matarla si es abandonado.
· Romper con la tendencia de mantener por miedo al desamparo que puede sentir frente a sus padres y amigos.

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